Historia de Taringa!
La comunidad virtual más visitada del país fue creada por tres postadolescentes
Tiene más de medio millón de visitas diarias y durante diciembre sobrepasó los 5 millones y medio de visitas únicas. Está en el puesto 228 a nivel mundial y 12 de la Argentina entre las páginas que más tráfico reciben. Detrás del boom, tres jóvenes que armaron el sitio casi sin otra infraestructura que sus computadoras y su ingenio. Un éxito que funciona muy simplemente: si alguien cree que tiene algo divertido que mostrar, lo cuelga. Una emergente versión porno.
Tres para triunfar. De izquierda a derecha, Alberto Nakayama, Hernán Botbol y Matías Botbol; de sus laptops al mundo.
¿Qué hay detrás de la comunidad virtual más visitada de la Argentina, en la que confluyen mensualmente más de cinco millones de personas? El éxito de Taringa se mide en la cantidad de visitas que tiene por día, más de 500 mil. ¿En qué consiste? Simplemente, en una comunidad on line, que permite a cualquier usuario registrado compartir todo aquello que encuentre divertido, original o interesante en Internet o incluso en su computadora. Así, en www.taringa.net es posible encontrar desde el manual de un auto hasta fotos, videos, cursos de todo tipo y biografías.
La historia dice que una pequeña empresa dedicada al host o almacenamiento de páginas web tenía entre sus clientes el proyecto de un joven, que le había puesto a su sitio el nombre de Taringa. Como es habitual en este medio, la relación se basaba en el canje. Pero el dueño decidió emigrar a Costa Rica y vendió su creación a los hermanos Botbol (Matías y Hernán) y a un socio, Alberto Nakayama. Entre los tres reestructuraron el sitio, le dieron otra identidad y lo relanzaron, con más herramientas para los usuarios. Hoy se sostiene gracias a publicidad, alianzas comerciales, mensajes privados de empresas y posts patrocinados.
Lo interesante es que la “empresa” que mantiene el sitio no tiene una infraestructura que apabulle. Al mejor estilo de los emprendimientos puntocom que florecieron en 2000, Taringa apuesta al minimalismo: en una oficina sobre la avenida Santa Fe, sólo tres personas y dos servidores son los que administran los datos que se intercambian cinco millones de navegantes. “No ofrecemos servicio de host o almacenamiento de páginas web. Lo único que tenemos allí son bases de datos y las páginas web del sitio. El resto son links que la gente postea o recomienda”, señaló Botbol.
Control. Los contenidos que se suben a Taringa no pasan por ningún filtro. Pero hay reglas y un protocolo que los “taringueros” juran obedecer. Por ejemplo, no enviar links relacionados con sexo (para eso está Poringa, ver recuadro) o de sitios con virus, violencia o abuso infantil.
Asimismo, hay moderadores entre los propios usuarios, que son los encargados de echar una rápida ojeada sobre todo lo que se sube y de darlo de baja de inmediato si no cumple con las condiciones mínimas exigidas. Igualmente, no hay demasiados abusos porque no cualquiera puede subir cualquier cosa. “En primer lugar hay que registrarse, y después hay que ganar puntos, a través de lo que se postea o publica. Estos puntos los brindan otros usuarios más experimentados, y sólo se puede otorgar una pequeña cantidad por día. Sólo los usuarios “full” (que llegan a una determinada cantidad de puntos) pueden comentar.
Sin una función en particular, más que la de poder ser una especie de brújula para ver cosas interesantes en ese mar que es Internet, Taringa sin embargo cumplió con un rol solidario que muestra el alcance de la comunicación que puede llegar a establecerse entre sus fieles acólitos: a finales del año pasado, el sitio apareció en todo los medios porque un usuario publicó un aviso donde pedía datos de su padre, al que no veía desde hacía 25 años. Gracias a toda la “comunidad taringuera”, en 48 horas logró dar con su paradero. Exitos detrás del éxito.
|